Miedo, ansiedad, preocupación, falta de motivación y dificultad para concentrarse: los estudiantes citan todo tipo de razones para oponerse a la enseñanza a distancia. Pero, ¿son excusas o preocupaciones reales? ¿Qué dice la ciencia?
Al principio de la pandemia, cuando las universidades y los CEGEPs, los colegios menores de Quebec, ponían en marcha escenarios para seguir enseñando a distancia, los estudiantes expresaban su oposición señalando que el contexto «no era propicio para el aprendizaje»
Los profesores también consideraban que los estudiantes «simplemente no estaban dispuestos a seguir aprendiendo en esas condiciones». En columnas de opinión, cartas y encuestas se recogieron diversas emociones negativas. Incluso se hizo circular una petición en la que se pedía la suspensión de la sesión de invierno, que el ministro de Educación, Jean-François Roberge, rechazó.
Los estudiantes no son los únicos que tienen dificultades para concentrarse en las tareas intelectuales. En una columna publicada en La Presse, Chantal Guy dice que, como muchos de sus compañeros, no puede dedicarse a la lectura en profundidad.
«Después de unas cuantas páginas, mi mente se desvía y sólo quiere ir a ver la maldita curva del doctor Arruda», escribió Guy, en referencia a Horacio Arruda, director de Salud Pública de la provincia. En resumen: «No es el tiempo lo que falta para leer, es la concentración», dijo. «La gente no tiene cabeza para eso»
¿Por qué los estudiantes sienten que no tienen capacidad para estudiar? Los recientes avances de la ciencia cognitiva permiten conocer los vínculos entre las emociones negativas y la cognición en tareas que requieren una inversión intelectual sostenida.
Una pregunta sobre la amígdala
«El corazón tiene sus razones que la razón desconoce». Esta frase del filósofo del siglo XVII Blaise Pascal resume bien el modo en que la ciencia occidental ha separado durante mucho tiempo las emociones del universo «caliente» de las del universo «frío» en la racionalidad humana.
Las investigaciones fisiológicas de Walter Cannon han proporcionado una primera explicación de cómo las emociones, especialmente las negativas, se apoderan de nuestra mente. Demostró que la emoción es un sistema fisiológico de alerta en el cuerpo, que activa varias estructuras por debajo de la corteza cerebral.
Una de estas estructuras, la amígdala, está demostrando ahora ser especialmente importante. La amígdala se activa rápidamente ante los estímulos amenazantes y nos permite aprender a desconfiar de ellos. Ante lo que podría ser una serpiente escondida entre las ramas, un animal despertará sus sentidos, alertará sus músculos y reaccionará rápidamente, sin permitirse el lujo de analizar si la esbelta forma es una serpiente o un palo.
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En los humanos, la amígdala se activa rápida y automáticamente en respuesta a los estímulos sociales cargados de emociones negativas. Las investigaciones neurocientíficas demuestran que las personas no sólo son muy sensibles a la carga emocional de sus percepciones, sino que además son incapaces de ignorarla.
Por ejemplo, las emociones que despierta la visión de una serpiente en la hierba o una figura política poco fiable pueden captar nuestra atención a pesar de nosotros mismos.
Atención: Un recurso limitado
Se podría objetar que para muchas personas, afortunadamente, COVID-19 no supone el mismo tipo de amenaza que una serpiente encontrada en la maleza. Nuestros sistemas sociales nos proporcionan protecciones antes inimaginables y estamos mucho mejor preparados para afrontar situaciones de crisis.
Y, las situaciones de aprendizaje establecidas por las instituciones educativas -ya sean clases presenciales o clases online- siempre requieren que los alumnos centren su atención y controlen conscientemente sus pensamientos. Como los profesores saben por experiencia, un gran reto al dirigir cualquier clase es mantener la atención de todos los alumnos asegurándose de que permanezcan concentrados en la actividad que se está realizando.
El psicólogo cognitivo Daniel Kahneman, premio Nobel en 2002, fue uno de los primeros en proponer que la atención es un recurso cognitivo limitado y que algunos procesos cognitivos requieren más atención que otros. Este es el caso, en particular, de las actividades que implican el control consciente de los procesos cognitivos (como la lectura o la redacción de trabajos académicos), que implican lo que Kahneman llama el pensamiento del «Sistema 2». Eso requiere atención y energía mental.
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La capacidad de atención limitada también está en el centro de las teorías que proponen que los procesos cognitivos conscientes y controlados se llevan a cabo en la memoria de trabajo, que se compara con un espacio mental capaz de procesar una cantidad limitada de información nueva.
En la memoria de trabajo, la atención actúa como un supervisor de la asignación de recursos cognitivos y un controlador de la ejecución de acciones. Los circuitos cerebrales asociados a la memoria de trabajo y a las funciones ejecutivas son los de la corteza prefrontal.
Cuando la emoción se come a la atención
Los investigadores han creído durante mucho tiempo que el procesamiento de las emociones a través de la amígdala no depende de los recursos atencionales de la memoria de trabajo. Sin embargo, las evidencias se acumulan a favor de la hipótesis contraria, indicando que los circuitos que conectan la amígdala y el córtex prefrontal juegan un papel importante en la discriminación entre la información relevante e irrelevante para la actividad actual.
Por ejemplo, se descubrió que los estímulos emocionales interferían en la realización de una tarea de memoria de trabajo especialmente porque no eran muy relevantes para la tarea. Además, a medida que la carga cognitiva asociada a la tarea aumentaba (por ejemplo, cuando la tarea requería más recursos cognitivos), la interferencia de los estímulos emocionales no relevantes para la tarea también aumentaba. Así pues, parece que cuanto más requiere una tarea el esfuerzo cognitivo y la concentración, más fácilmente nos distraemos.
Muchas de las extensas investigaciones sobre la ansiedad realizadas por el psicólogo Michael Eysenck y sus colegas apoyan esta opinión. Demuestran que las personas que están ansiosas prefieren centrar su atención en los estímulos asociados a la amenaza, no relacionados con la tarea que tienen entre manos. Estos estímulos pueden ser internos (pensamientos preocupantes) o externos (imágenes percibidas como amenazantes).
Este es también el caso de la preocupación como la experiencia repetida de pensamientos aparentemente incontrolables sobre posibles eventos negativos. Tanto la ansiedad como la preocupación consumen la atención y los recursos cognitivos de la memoria de trabajo, lo que se traduce en una disminución del rendimiento cognitivo, especialmente en tareas complejas.
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Otras investigaciones indican que la sensación de fatiga mental aumenta cuando se realiza una tarea mientras se intenta no responder a demandas externas. Se ha sugerido que la fatiga mental es una emoción particular que nos indica que nuestros recursos mentales se están agotando.
En general, esta investigación sugiere que estamos agotando nuestros recursos de atención para evitar prestar atención a información irrelevante, ¡pero cargada de emociones! Ahora se entiende mejor por qué es tan difícil -y agotador- evitar consultar el correo electrónico mientras se lee un texto científico, pasar del correo electrónico a Facebook, y de Facebook a la cobertura informativa de COVID-19 cuando nos preocupa la curva o el número de muertos en las residencias de ancianos.
La emoción y la cognición son inseparables
La investigación en ciencias cognitivas confirma hoy lo que sabemos intuitivamente: estudiar requiere atención, tiempo y disponibilidad mental. Estas investigaciones demuestran que los procesos cognitivos y emocionales están tan entrelazados en el cerebro que, para algunos investigadores, como Antonio Damasio, no hay pensamiento posible sin emoción.
No es de extrañar, pues, que en un contexto lleno de mensajes sobre los peligros de la pandemia, los estudiantes tengan dificultades para concentrarse de forma sostenible en sus estudios y la mayoría parezca carecer de tiempo de calidad para leer o escribir.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation por Béatrice Pudelko en la Université TÉLUQ. Lea el artículo original aquí.