El término teleología sitúa una serie de cuestiones filosóficas conectadas. Si concedemos que existe la actividad intencional o dirigida a un objetivo (como debemos, ya que, por ejemplo, una campaña política dirigida a la victoria representa un caso claro e incontrovertible), podemos plantear las siguientes preguntas: (1) ¿Con qué criterios identificamos la actividad intencionada? (2) ¿Cuál es la naturaleza de los sistemas que presentan una actividad intencionada? (3) ¿Requiere la naturaleza de la actividad intencional que empleemos conceptos especiales o patrones especiales de descripción y explicación que no son necesarios en una explicación de la actividad no intencional? Y si concedemos que hay objetos y procesos que realizan funciones (de nuevo, como debemos, ya que nadie negaría, por ejemplo, que el riñón humano realiza la función de excreción), podemos preguntar: (4) ¿Con qué criterios identificamos las funciones? (5) ¿Cuál es la naturaleza de los sistemas que presentan una actividad funcional? (6) ¿Requiere la descripción de las funciones conceptos especiales o patrones especiales de análisis?
Estas seis preguntas se han formulado con la ayuda de una distinción entre actividad intencional y funcional. Aunque la distinción no siempre se establece en las discusiones sobre teleología, es deseable por una serie de razones. Parece, al menos a primera vista, que los criterios de la actividad funcional son bastante distintos de los criterios de la actividad intencional: la excreción de orina, por ejemplo, parece ser una función en virtud de su papel en la economía de un organismo vivo, mientras que la actividad parece ser intencional en virtud de la forma en que se controla. Así, parece al menos lógicamente posible que una actividad intencional no realice ninguna función, y que una función pueda realizarse sin actividad intencional. Además, en vista de esta diferencia conceptual fundamental entre propósito y función, deberíamos esperar que el análisis de la actividad intencional y funcional muestre diferencias en el patrón lógico. Por otra parte, también parece claro que existen estrechas conexiones entre la función y la finalidad; de ahí la pregunta final: (7) ¿Cuál es la relación entre las descripciones de la función y las descripciones del propósito?
Actividad con propósito
criterios
Un número de escritores han propuesto definiciones de la acción «dirigida a una meta» o «con propósito» que dejan abierta la cuestión de si la acción es intencional o implica de alguna manera la conciencia. R. B. Braithwaite sugiere, como criterio conductual de la actividad dirigida a un objetivo que puede ser o no intencionada, «la persistencia hacia el objetivo bajo condiciones variables». Esta es una versión condensada de criterios muy similares ofrecidos por R. B. Perry, E. S. Russell y A. Hofstadter. Todos presuponen que se puede identificar una meta y que tanto la persistencia como la sensibilidad a las condiciones variables se pueden localizar por referencia a la meta. E. C. Tolman añade el requisito de que la actividad intencionada muestre «docilidad», es decir, alguna mejora en el logro de la meta en el curso de ensayos sucesivos. Pero la docilidad, por muy importante que sea en el cuadro total de la intencionalidad biológica, no es seguramente parte del criterio de intencionalidad. Cualquier capacidad que sea de hecho aprendida podría, en principio lógico, ser innata.
Este criterio, en la forma de Braithwaite, es por supuesto susceptible de un refinamiento considerable; el propio Braithwaite (en Scientific Explanation ), por ejemplo, propone una forma de identificar las variaciones en las condiciones como variaciones relevantes para aplicar el criterio. Otros posibles refinamientos se discutirán en la siguiente sección.
La aparente circularidad en el criterio -definir «dirigido a una meta» en términos de una «meta»- no es grave. La localización de la persistencia, la sensibilidad y una meta pueden proceder juntas por un método de aproximaciones sucesivas. Por ejemplo, un patrón de comportamiento animal puede parecer persistente y llevar a una identificación tentativa de una meta, y la identificación puede comprobarse buscando sensibilidad a las condiciones o más evidencia de persistencia. Una hipótesis sobre cualquiera de los tres -objetivo, persistencia, sensibilidad- puede confirmarse investigando cualquiera de los otros dos.
Parece claro que existen criterios conductuales para identificar la acción intencionada, no sólo de los seres humanos sino también de otros animales y de artefactos como los misiles autoguiados. Un piloto que observa la aproximación de un cohete a pesar de sus maniobras evasivas no tendría dudas, con razón, sobre la dirección de los movimientos del cohete o la identidad de su objetivo. No cabe duda de que los criterios reales de intencionalidad que se han propuesto adolecen de varias deficiencias. En particular, parecen establecer una condición necesaria pero no suficiente. Sin embargo, la mayoría de los filósofos considerarían que el programa de búsqueda de criterios conductuales es sólido.
Naturaleza de los sistemas que muestran actividad intencional
¿Es posible que el filósofo, a diferencia del biólogo, el psicólogo o el ingeniero de comunicaciones, diga algo esclarecedor sobre la naturaleza de los sistemas -hombres, ratones y misiles- que realizan actividad intencional? Al menos puede examinar más detenidamente los criterios conductuales de la intencionalidad, para ver si puede haber una referencia encubierta a la naturaleza del sistema en la aplicación real de los criterios. Un crítico de los criterios conductuales podría señalar que un río persiste en llegar al mar y es sensible a las condiciones necesarias para llegar al mar -desvía todos los obstáculos-, pero no llamaríamos intencional al fluir de un río, ni llamaríamos al mar o a llegar al mar su meta. En resumen, el crítico podría decir que un río no es el tipo de cosa a la que atribuimos nunca intencionalidad.
Correlación directiva
Una serie de filósofos, incluyendo a Braithwaite, Ernest Nagel, George Sommerhoff y Morton Beckner, han propuesto formas de evitar la dificultad sobre los ríos y similares. Aunque hay diferencias en sus explicaciones, todos ellos adoptan la estrategia de considerar una actividad como intencional sólo cuando su carácter de búsqueda de objetivos es el resultado de procesos relativamente independientes pero que encajan entre sí. Sommerhoff, por ejemplo, define el «comportamiento intencionado» con la ayuda de un concepto que denomina «correlación directiva». Se dice que dos variables, como la posición de un objetivo en movimiento y la dirección a la que apunta un mecanismo automático de seguimiento de objetivos, están correlacionadas de forma directa con respecto a un estado objetivo (en este caso, el estado en el que el mecanismo apunta al objetivo) siempre que (1) Las dos variables son independientes en el sentido de que cualquier valor de una es compatible con cualquier valor de la otra; (2) El valor real de ambas, en un momento dado, está determinado causalmente, al menos en parte, por el valor previo de una variable «coenética» (de dirección) (en el ejemplo, la variable coenética es la misma que una de las variables direccionalmente correlacionadas, a saber, la posición del objetivo en movimiento); y (3) la determinación causal es tal que los valores reales de las variables directivamente correlacionadas son suficientes para la realización del estado objetivo. Sommerhoff define entonces el «comportamiento intencional» como un comportamiento direccionalmente correlacionado en el que la variable coenética es idéntica a una de las variables direccionalmente correlacionadas.
Las estipulaciones (2) y (3) hacen que la noción de dos procesos que encajan para lograr un objetivo sea tan precisa como la noción de determinación causal; y la estipulación (1) especifica que los procesos deben ser independientes. La exigencia de independencia excluye casos como el del río, pues la dirección en la que fluye un río no es independiente de la disposición del terreno.
El análisis de Sommerhoff no está exento de dificultades (véase Nagel y Beckner), pero es indudablemente correcto en su planteamiento general. Un sistema S que pudiera exhibir correlación directiva satisfaría una serie de concepciones previas sobre el comportamiento intencional; por ejemplo, que S emplearía información sobre su entorno, particularmente sobre un aspecto del entorno asociado con la meta, y que el comportamiento de S dependería de una conexión física especializada, como algún tipo de circuito.
Ahora es posible sugerir un esquema para construir un criterio de actividad intencional que incluya tanto una condición necesaria como una suficiente y que incorpore alguna referencia tanto al carácter empírico de la actividad como a la naturaleza del sistema que la realiza. La actividad es intencional si y sólo si exhibe sensibilidad y persistencia hacia una meta como resultado de una correlación directiva.
Necesidad de conceptos o patrones especiales de descripción y explicación
La actividad intencional, en los análisis de Braithwaite y Sommerhoff descritos anteriormente, no implica un tipo especial de causalidad sino sólo una organización especial de los procesos causales ordinarios. Si estos análisis son correctos, tanto los organismos vivos como las máquinas artificiales son capaces de realizar una actividad intencional. Por lo tanto, si los conceptos o patrones especiales de descripción y explicación no son necesarios en el caso de las máquinas intencionales, parecería que son igualmente innecesarios en el caso de los organismos. Muchos filósofos han sacado esta conclusión, y hay que admitir que relatos como los de Braithwaite y Sommerhoff constituyen poderosos argumentos en su apoyo.
Sin embargo, hay lugar para algunas dudas. Incluso si concedemos que la actividad intencional puede ser definida en términos que son igualmente aplicables a los sistemas orgánicos e inorgánicos, no se deduce que toda la actividad intencional pueda ser explicada en el modelo de la actividad inanimada. La duda más seria se refiere a las actividades intencionales que pueden describirse como actos de los agentes, como los actos deliberadamente realizados en aras de un fin conscientemente previsto. Supongamos, por ejemplo, que algunos o todos estos actos de los agentes son, en principio, imprevisibles, opinión que aceptan algunos filósofos. Entonces, si es que pueden explicarse, su explicación es esencialmente post hoc. Todavía no se entiende bien el patrón de tal explicación; sin embargo, hay al menos alguna duda de que pueda prescindir de la concepción de seguir una regla. Pero estas consideraciones suscitan cuestiones que no pueden ser perseguidas aquí.
Funciones
criterios
Cuando afirmamos verdaderamente -por ejemplo, que una función del riñón es la excreción de orina-, ¿qué relaciones deben mantenerse exactamente entre el riñón y la excreción? Se ha propuesto, por ejemplo por Nagel, que tales términos teleológicos como propósito y función pueden ser eliminados de la siguiente manera: Una expresión como «Una función del riñón es la excreción de orina» se traduce en la expresión no teleológica «El riñón es una condición necesaria (o necesaria y suficiente) de la excreción de orina.» En general, podemos interpretar que Nagel propone un esquema de traducción -para «F es la función de A», escribir «A es una condición necesaria (o necesaria y suficiente) de F»- que prescinde del lenguaje teleológico y que también proporciona parte de un criterio (una condición necesaria) para identificar las funciones.
En el mejor de los casos, sin embargo, el esquema de Nagel debe ser modificado, pues la posesión de riñones no es una condición necesaria ni suficiente de la excreción de orina. Obviamente no es suficiente; pero tampoco es necesario, ya que la orina también puede ser excretada por varios dispositivos artificiales. (Si se objeta que estos dispositivos son en sí mismos una especie de riñón, entonces la afirmación de que un riñón es necesario para la excreción se reduce a una tautología). Además, el esquema de la traducción es mucho menos plausible cuando se aplica a funciones orgánicas que se realizan normalmente de formas distintas. La regulación de la temperatura, por ejemplo, es una función del vello corporal del hombre; pero el vello no es necesario para la regulación del calor, ya que la función puede ser realizada por otros mecanismos físicos y fisiológicos. Cuando atribuimos una función al riñón o al vello corporal, parece que no decimos más que estas estructuras contribuyen a ciertos procesos; dejamos abierta la cuestión de si son necesarias o suficientes para los procesos. La relación «contribuir a» puede definirse sin emplear un lenguaje teleológico. Sea F un proceso que tiene lugar, en parte o en su totalidad, en el sistema S; y sea A una parte o un proceso de S. Por último, los términos «similar a S», «similar a F» y «similar a A» se refieren, respectivamente, a todas las entidades que responden a la definición de los términos empleados para especificar S, F y A. (En el ejemplo «Una función del riñón en los vertebrados es la excreción de orina», todos los vertebrados son afines a S, todos los casos de excreción de orina son afines a F y todos los riñones son afines a A). Entonces «A de S contribuye a F » si y sólo si existen sistemas afines a S y estados o entornos de estos sistemas afines a S en los que ocurren procesos afines a F y la posesión de partes o procesos afines a A es necesaria para que ocurran procesos afines a F.
Sobre esta definición, podemos decir que en general el riñón de un hombre contribuye a la excreción de orina y que el vello corporal contribuye a la regulación del calor. Y si adoptamos el esquema de traducción «Para que ‘F sea la función de A en S, ‘ escribir ‘A contribuye a F en S, ‘» podemos decir, incluso en el caso de un hombre cuyos riñones malos han sido desviados a un riñón artificial, que la función de sus riñones de carne y hueso sigue siendo la excreción de orina; simplemente no la realizan.
Naturaleza de los sistemas que muestran actividad funcional
El esquema de traducción de Nagel y la modificación anterior del mismo proporcionan una forma de traducir un enunciado teleológico T 1 en un enunciado T 2 que no emplea términos explícitamente teleológicos. Por lo tanto, la satisfacción de T 2 por un A, F y S dados es una condición necesaria para que F sea una función de A. Sin embargo, no es una condición suficiente; en general, no podemos traducir T 2 a T 1. No diríamos, por ejemplo, que la función del suelo es sostener las rocas aunque, en nuestro sentido técnico, el suelo contribuye a sostener las rocas. Parece que de todo el conjunto de casos que «contribuyen», sólo un subconjunto muy restringido podría considerarse como funciones.
¿Cómo se puede especificar este subconjunto? Normalmente atribuimos funciones a dos tipos de sistemas, los artefactos y los seres vivos. En primer lugar, podemos considerar un artefacto simple, como una sartén. Atribuimos una función a toda la sartén: cocinar. Además, también atribuimos funciones a partes y propiedades de la sartén en la medida en que contribuyen a su utilidad para cocinar. Por ejemplo, es natural pensar que el mango proporciona un agarre, que los remaches sujetan el mango, etc. En resumen, siempre que estamos dispuestos a reconocer una única función F, también estamos dispuestos a reconocer una jerarquía de funciones, con F en la cima y las funciones de cada nivel inferior contribuyendo a todas las que están por encima de ellas.
La asignación de funciones a los organismos vivos procede según el mismo principio. Hay dos procesos orgánicos que se consideran fundamentales, el mantenimiento de la vida y la reproducción. Alternativamente, se puede pensar que estos dos procesos contribuyen a un único proceso, el mantenimiento de una especie, que se sitúa en la cima de todas las jerarquías funcionales. Los procesos fundamentales desempeñan así un papel definitorio en la identificación de las funciones. El siguiente esquema establece una condición necesaria y suficiente de la actividad funcional: F 1 es una función de A en S si y sólo si A contribuye a F 1 en S ; y F 1 es idéntica o contribuye a F 2 en S, donde F 2 es un propósito para el que el artefacto S está diseñado o el proceso de mantenimiento de la especie de la que S es miembro.
El concepto de artefacto puede interpretarse de forma bastante amplia para incluir no sólo cosas como sartenes, sino también todos los productos culturales, como las obras de arte, el lenguaje y las instituciones legales. Tiene sentido, por ejemplo, en el análisis anterior y en esta interpretación de artefacto, preguntar «¿Cuál es la función de Ofelia en Hamlet? » y «¿Cuál es la función de las inflexiones verbales en japonés?». La justificación para considerar el mantenimiento de la especie como una función fundamental, que cumple un papel lógico en el análisis funcional, se examina a continuación.
Necesidad de conceptos especiales o patrones de análisis
La definición de actividad funcional ofrecida anteriormente proporciona una forma de interpretar las adscripciones de funciones sin utilizar expresiones explícitamente teleológicas. Sin embargo, hay un sentido en el que muchos de los conceptos que se emplean en la adscripción de funciones son implícitamente teleológicos. Consideremos, por ejemplo, el concepto de «reacción de escape». Se aplica a una gran variedad de movimientos de los animales, como volar, formar densos cardúmenes, retirarse a sus madrigueras, saltar al agua y reunirse bajo la madre. Estas diversas reacciones probablemente no tienen ninguna característica relevante en común, salvo una funcional; todas, en el sentido técnico, contribuyen a evitar la muerte por depredación. Estos conceptos funcionales son comunes en la teoría del comportamiento animal, en todas las ramas de la historia natural, en la fisiología y, de hecho, en el lenguaje cotidiano. Los términos que más comúnmente utilizamos, por ejemplo, al describir máquinas se definen funcionalmente.
La opinión de que el lenguaje teleológico puede ser eliminado del lenguaje de la ciencia puede ser cierta; de nuevo, los casos más difíciles se refieren a la agencia humana. Pero el programa de eliminación de las expresiones teleológicas incluso de la teoría biológica debe implicar algo más que la eliminación de términos como función, propósito, meta y con el fin de. Si tiene algún sentido eliminar estos términos, también lo tiene eliminar todos los conceptos que se definen funcionalmente, ya que «La función de este movimiento es escapar de un depredador» es equivalente en contenido afirmado a «Este movimiento es una reacción de escape». Evidentemente, es cierto que el movimiento en cuestión puede describirse, sin emplear el término reacción de huida, como un movimiento que contribuye a evitar a un depredador. Pero si eliminamos el término reacción de escape, hemos extirpado del lenguaje el término que se aplica no sólo a este movimiento sino a todos los diversos movimientos, en una variedad de grupos taxonómicos, que cumplen esta función.
La adscripción de funciones, por tanto, no requiere ni un vocabulario teleológico explícito ni implícito. Hay que reconocer, sin embargo, que la eliminación de las expresiones implícitamente teleológicas (conceptos que se definen funcionalmente) daría lugar a un lenguaje para la teoría biológica que se parecería muy poco al lenguaje existente.
Además, la diferencia no sería superficial; el rechazo de los conceptos funcionales equivaldría al rechazo de un esquema conceptual poderoso y fructífero. Nuestra imagen de los organismos vivos como jerarquías funcionales organizadas es una parte esencial de la teoría de la selección natural; es el fundamento de la fisiología y la morfología; y es la base de la visión médica de la enfermedad como un trastorno de la función. Es la fecundidad de este esquema conceptual, plasmado en una red de conceptos funcionales conectados, lo que constituye la justificación para asignar al mantenimiento de la especie su papel lógico central en la adscripción de funciones.
Relación entre las adscripciones de función y de finalidad
Hemos trazado una distinción tajante entre las actividades funcionales, que contribuyen a un proceso «fundamental», y las actividades de finalidad, que son patrones persistentes y flexibles de comportamiento correlacionado de forma directa. Sin embargo, está claro que la función y el propósito están estrechamente relacionados, tanto que muchos autores no han visto la distinción. Estas conexiones pueden describirse de la siguiente manera:
(a ) Siempre que construimos un artefacto como ayuda para nuestras propias actividades intencionales, estamos dispuestos a atribuir funciones al artefacto y a sus partes y propiedades.
(b ) Muchas funciones orgánicas, pero de ninguna manera todas, son servidas por actividades intencionales. Por ejemplo, la regulación de la temperatura en los mamíferos implica una correlación directiva, mientras que la excreción de orina no lo hace.
(c ) A la inversa, todo mecanismo orgánico que proporciona a un organismo los medios para una actividad intencional sirve a la función de mantenimiento de la especie. Esto es un hecho empírico. No significa, sin embargo, que cada caso de actividad intencional, cuando se produce, cumpla una función. Una actividad intencionada que es normalmente adaptativa (funcional en circunstancias normales) puede llevar al desastre cuando las circunstancias son anormales. Por ejemplo, el desplazamiento de una polilla macho hacia una hembra, dirigido por el atrayente que ésta segrega, es normalmente intencionado y funcional. Pero puede llevar a la polilla a su muerte cuando el atrayente se coloca en una superficie cubierta con un insecticida.
Véase también Braithwaite, Richard Bevan; Funcionalismo; Funcionalismo en sociología; Nagel, Ernest; Biología organísmica; Perry, Ralph Barton; Sistemas especulativos de la historia; Argumento teleológico para la existencia de Dios; Ética teleológica.
Bibliografía
Beckner, Morton. La vía biológica del pensamiento. Nueva York: Columbia University Press, 1959.
Braithwaite, R. B. Scientific Explanation. Cambridge, U.K.: Cambridge University Press, 1953.
Braithwaite, R. B. «Teleological Explanations». PAS, n.s., 47 (1947): i-xx.
Hofstadter, A. «Objective Teleology». Journal of Philosophy 38 (2) (enero de 1941): 29-39.
Nagel, Ernest. «Explicación teleológica y sistemas teleológicos». En Readings in the Philosophy of Science, editado por H. Feigl y M. Brodbeck, 537-558. New York: Appleton-Century-Crofts, 1953. Una versión revisada y ampliada de este artículo aparece en The Structure of Science de Nagel, 401-428. New York: Harcourt Brace, 1961.
Perry, R. B. «A Behavioristic View of Purpose». Journal of Philosophy 18 (4) (febrero de 1921): 85-105.
Russell, E. S. The Directiveness of Organic Activities. Cambridge, U.K.: Cambridge University Press, 1945.
Sommerhoff, George. Analytical Biology. London, 1950.
Tolman, E. C. Purposive Behavior in Animals and Men. New York: Century, 1932.
Morton Beckner (1967)