A finales de mayo, el mismo día que fue despedida por la cadena de televisión estadounidense ABC por su tuit racista sobre la asesora de Obama Valerie Jarrett, Roseanne Barr acusó a Chelsea Clinton de estar casada con el sobrino de George Soros. «Chelsea Soros Clinton», tuiteó Barr, sabiendo que la combinación de nombres era suficiente para provocar una reacción. En el intercambio desordenado que siguió, la menor de los Clinton respondió a Roseanne alabando la labor filantrópica de Soros con su Open Society Foundations. A lo que Barr respondió de la manera más deprimente posible, repitiendo afirmaciones falsas proferidas anteriormente por personalidades mediáticas de la derecha: «¡Lamento haber tuiteado información incorrecta sobre usted! ¡Por favor, perdóneme! Por cierto, George Soros es un nazi que entregó a sus compañeros judíos 2 para ser asesinados en los campos de concentración alemanes & robó su riqueza – ¿estabas al tanto de eso? Pero, todos cometemos errores, ¿verdad Chelsea?»
El tuit de Barr fue rápidamente retuiteado por conservadores, incluido Donald Trump Jr. Esto no debería haber sorprendido a nadie. En la derecha radical, Soros es tan odiado como los Clinton. Es un tic verbal, una llave que encaja en todos los agujeros. El nombre de Soros evoca «un clamor emocional de las multitudes de carne roja», dijo recientemente un ex congresista republicano al Washington Post. Lo ven como una «especie de obra siniestra en la sombra». Esta caricatura antisemita de Soros ha perseguido al filántropo durante décadas. Pero en los últimos años la caricatura ha evolucionado hasta convertirse en algo que se parece más a un villano de James Bond. Incluso para los conservadores que rechazan los márgenes más oscuros de la extrema derecha, la descripción de Breitbart de Soros como un «multimillonario globalista» dedicado a convertir a Estados Unidos en un páramo liberal es de sentido común incontrovertible.
A pesar de la obsesión con Soros, ha habido sorprendentemente poco interés en lo que realmente piensa. Sin embargo, a diferencia de la mayoría de los miembros de la clase multimillonaria, que hablan con tópicos y permanecen alejados de un compromiso serio con la vida cívica, Soros es un intelectual. Y la persona que se desprende de sus libros y muchos artículos no es un plutócrata fuera de onda, sino un pensador provocador y coherente comprometido con el impulso del mundo en una dirección cosmopolita en la que el racismo, la desigualdad de ingresos, el imperio estadounidense y las alienaciones del capitalismo contemporáneo sean cosas del pasado. Es extremadamente perspicaz en cuanto a los límites de los mercados y del poder de Estados Unidos en contextos tanto nacionales como internacionales. Es, en resumen, uno de los mejores que ha producido la meritocracia.
Es por esta razón que los fracasos de Soros son tan reveladores; son los fracasos no sólo de un hombre, sino de toda una clase – y de toda una forma de entender el mundo. Desde sus primeros días como banquero en el Londres de la posguerra, Soros creía en una conexión necesaria entre el capitalismo y el cosmopolitismo. Para él, como para la mayoría de los miembros de su cohorte y la mayoría de los dirigentes del partido demócrata, una sociedad libre depende de mercados libres (aunque regulados). Pero esta supuesta conexión ha demostrado ser falsa. Las décadas transcurridas desde el final de la guerra fría han demostrado que, sin un enemigo existencial percibido, el capitalismo tiende a socavar la propia cultura de la confianza, la compasión y la empatía de la que depende la «sociedad abierta» de Soros, al concentrar la riqueza en manos de unos pocos.
En lugar de la utopía capitalista global que predijeron en los halcones años 90 aquellos que proclamaban el fin de la historia, Estados Unidos está actualmente gobernado por un heredero zoquete que enriquece a su familia mientras desmantela el «orden internacional liberal» que se suponía que gobernaba un mundo pacífico, próspero y unido. Aunque Soros reconoció antes que la mayoría los límites del hipercapitalismo, su posición de clase le impidió abogar por las reformas de fondo necesarias para lograr el mundo que desea. El sistema que permite a George Soros acumular la riqueza que ha hecho ha demostrado ser uno en el que el cosmopolitismo nunca encontrará un hogar estable.
Los aspectos más destacados de la biografía de Soros son bien conocidos. Nacido de padres judíos de clase media en Budapest en 1930 con el nombre de György Schwartz, Soros -su padre cambió el apellido en 1936 para evitar la discriminación antisemita- tuvo una infancia tranquila hasta la segunda guerra mundial, cuando tras la invasión nazi de Hungría él y su familia se vieron obligados a asumir identidades cristianas y a vivir con nombres falsos. Milagrosamente, Soros y su familia sobrevivieron a la guerra, escapando al destino que sufrieron más de dos tercios de los judíos de Hungría. Al sentirse asfixiado en la nueva Hungría comunista, en 1947 Soros emigró al Reino Unido, donde estudió en la London School of Economics y conoció al filósofo de origen austriaco Karl Popper, que se convirtió en su mayor interlocutor y en su principal influencia intelectual.
En 1956, Soros se trasladó a Nueva York para hacer carrera en las finanzas. Tras pasar más de una década trabajando en diversos puestos de Wall Street, a finales de los años 60 fundó el Quantum Fund, que se convirtió en uno de los fondos de cobertura más exitosos de todos los tiempos. A medida que su fondo amasaba asombrosos beneficios, Soros se convirtió personalmente en un operador legendario; lo más famoso es que en noviembre de 1992 ganó más de 1.000 millones de dólares y «quebró el Banco de Inglaterra» al apostar que la libra esterlina tenía un precio demasiado alto frente al marco alemán.