Fue el momento que puso a España en marcha para convertirse en la mayor potencia de la Europa moderna temprana. El 2 de enero de 1492 Abdallah Muhammad bin Ali, o Muhammad XII, conocido como Boabdil, el último sultán moro de Granada y jefe de la dinastía nazarí, rindió su ciudad y entregó las llaves de la Alhambra a los monarcas católicos Fernando II de Aragón e Isabel I de Castilla. Los gobernantes cristianos se habían acercado a Granada acompañados por el cardenal de España, Francisco Cisneros, y un brillante séquito de cortesanos y nobles, entre los que se encontraba Cristóbal Colón.
Toda la realeza y la caballería cristianas vestían a la usanza mora, túnicas de brocado y seda y el fajín a la cintura o marlota, en un gesto de aparente respeto, una declaración visual para aplacar, tranquilizar y sugerir lo común. En realidad, era más bien un acto de apropiación insolente y de absorción de lo morisco por parte del enemigo. Era un gesto que personificaba el ethos agresivamente hostil de la Reconquista, que se manifestaba en un deseo latente de usurpar y eliminar esa cultura y religión. Ese deseo se hizo finalmente realidad en 1609, cuando todos los moriscos o musulmanes conversos fueron expulsados de España.
Boabdil salió a su encuentro, partiendo de la Puerta de los Siete Pisos de la Alhambra, por unas empinadas laderas que ofrecían unas magníficas vistas de la ciudad que estaba a punto de abandonar para siempre. En esta rendición oficial y pública de Granada al enemigo cristiano, Boabdil entregó las llaves de su ciudad a Fernando, y consta que dijo en árabe: «Dios os ama mucho. Señor, estas son las llaves de este paraíso. Yo y los que están dentro somos tuyos».
Lucha y diplomacia
Este momento de rendición ha capturado la imaginación de escritores y artistas hasta el día de hoy – inicialmente como una conquista suprema y más tarde por la extrema conmoción de esa ceremonia de transición y pérdida. Marcó un encuentro crucial en un choque de siglos entre dos grandes religiones y culturas y simbolizó el cambio de época del reino de Granada de estado islámico a territorio cristiano.
En los diez años anteriores a 1492, el reino de Granada fue escenario de una de las guerras más importantes de la historia europea. El territorio del sultán nazarí era el último bastión español de un gran imperio musulmán que originalmente se había extendido hasta los Pirineos y más allá, y que había incluido ciudades del norte de España como Barcelona y Pamplona. La caída de Granada fue la culminación de esa antigua batalla entre dos civilizaciones importantes y opuestas, que no sólo resolvió el destino cultural de gran parte de Europa, sino que sentó las bases para el descubrimiento de las Américas.
En esa última década de dominio musulmán en España, entre 1482 y 92, el sultán Boabdil -un joven de 20 años que apenas había salido de los confines del palacio de la Alhambra y no tenía ninguna experiencia del mundo fuera de su disfuncional familia- subió al trono como el número 23 de la dinastía nazarí de Granada. En los diez años siguientes, resistió con valor los ataques del indomable ejército cristiano, soportando con dignidad la ineludible pérdida de su reino islámico y su consiguiente exilio de España. Boabdil rompió el molde de los anteriores gobernantes musulmanes al preferir la negociación a la violencia, la paz con los cristianos a la guerra, y se esforzó por encontrar una manera de que los musulmanes de su reino mantuvieran su religión y sus costumbres junto a sus homólogos cristianos.
Como he comentado en un reciente libro sobre el tema, el último sultán musulmán de España se ha convertido en un potente símbolo de la resistencia contra la represión, y de las fuerzas de la rebelión: un héroe moral por derecho propio cuya vida importa hoy porque trató de salvar su reino y su forma de vida por la vía de la negociación y la diplomacia.
Final de los días
El año 1492 se considera generalmente como un comienzo, ya sea de la España moderna o del descubrimiento del Nuevo Mundo. Pero lo que había terminado era igualmente significativo. Durante casi 800 años, desde el 711, la península española había sido el hogar de un grupo de personas que llegaron como invasores y se quedaron para crear una civilización única y sofisticada que legó a España una herencia cultural duradera. Lo que se perdió fue la fértil creatividad y renovación intercultural nacida de la conquista musulmana.
La convivencia, a veces incómoda, entre cristianos, musulmanes y judíos, que había sido tan importante en la vida medieval española, fue sustituida por los graves enfrentamientos y conflictos que llevaron a la expulsión de los moriscos en 1609. En lugar de una sociedad en la que convivían miembros de tres religiones diferentes, España, después de 1492, se convirtió en una sociedad con una única religión y lengua, un lugar cerrado y receloso que reprimía y eliminaba la diferencia.
La historia de Boabdil y la caída de Granada representa un último enfrentamiento contra la intolerancia religiosa, el poder fanático y la ignorancia cultural, en el que los problemas de violencia, tensión y prejuicios entre musulmanes y cristianos eran tan acuciantes entonces como ahora.