El libro de Ernest Wallwork «Durkheim: Morality and Milieu» carece incluso de la innegable minuciosidad del estudio del señor Lukes. Los jóvenes estudiosos que escriben disertaciones suelen ser advertidos por sus asesores para que limiten sus temas en aras de la rápida obtención de sus títulos, y el Sr. Wallwork ha seguido este consejo escrupulosamente, limitando su atención a los primeros y oscuros ensayos y conferencias de Durkheim, que él mismo confiesa que Durkheim fue «sabio al no haber publicado.» Por lo que puedo decir, Mr. El único objetivo de Wallwork es demostrar que Durkheim era un «filósofo moral» además de sociólogo, un descubrimiento que no debe sorprender a nadie, ya que Durkheim era particularmente dado a anunciar en todas las ocasiones posibles que era precisamente así como veía a los suyos
En cambio, «Emile Durkheim: sociólogo y filósofo», de Dominick LaCapra, es un estudio serio, inteligente e importante que se ocupa, casi podríamos decir, de rehabilitar a Durkheim. La sociología ha recorrido un largo camino desde el día en que un crítico francés pudo observar que la introducción del durkheimismo en las escuelas públicas de Francia era «el más grave peligro nacional que nuestro país ha conocido en mucho tiempo». Desde entonces Durkheim, por así decirlo, ha sido «pateado» hacia arriba, asignándosele el título, en gran medida honorífico, de padre fundador de la empresa que actualmente hace negocios bajo el nombre de estructural-funcional
De Durkheim los estructural-funcionalistas -liderados por Talcott Parsons- aprendieron que los valores que dan pauta y sentido a la actividad individual derivan en última instancia de la estructura social. Rousseau ya había dicho lo mismo a mediados del siglo XVIII, pero Durkheim dio a esta observación una base rígidamente científica al demostrar exhaustivamente que las raíces de la moral se encuentran en el sistema social y no en el interés individual o en la voluntad divina. «Si existe una moral», anunció Durkheim, «sólo puede tener como objetivo el grupo formado por una pluralidad de individuos asociados, es decir, la sociedad».
En su «Sociología y Filosofía» Durkheim amplió este punto, argumentando que «nunca es posible desear una moral distinta de la que exigen las condiciones sociales de una época determinada». Para su progenie parsoniana esto ha significado que la cuestión de los valores se reduce a una cuestión de funcionamiento social. Los sociólogos, es decir, no deben preguntarse qué objetivos debería tratar de alcanzar una sociedad humana o qué tan bien los está alcanzando o no una sociedad determinada. Por el contrario, deben dirigir su atención a la cuestión de lo bien integrada que está una sociedad, de lo bien que consigue «socializar» a sus miembros con su sistema de valores, sea cual sea.
El estructural-funcionalismo, en definitiva, se ocupa de cuestiones de ingeniería social, no de filosofía social. En consecuencia, al transformar el género de la crítica social en la ciencia de la sociología, los herederos de Durkheim han tenido cuidado de acercarse a sus datos sin más disposición a pelear con los fenómenos que la que tendría un físico para pelear con un neutrino.
No se puede encontrar un ejemplo más claro de los efectos nefastos de este prejuicio científico que el destino de la teoría de la anomia de Durkheim. La anomia, según Durkheim, es el descontento más generalizado que padece la civilización moderna. Es la sensación de aislamiento que caracteriza al hombre moderno, el sentimiento de estar a la deriva de los valores tradicionales de la propia cultura, de estar desarraigado, de estar, como sugiere la etimología del término, sin normas.
La observación de que un gran número de personas se sentían claramente no en casa en la sociedad moderna no era, por supuesto, nueva para Durkheim. A lo largo del siglo XIX, pensadores tan diversos como Thomas Carlyle, Karl Marx y Ferdinand ‘ninnies habían expresado su sensibilidad ante la desintegración normativa que veían a su alrededor y habían insistido en que el problema residía en el sistema de valores inherente a una economía capitalista e industrializada. Sin embargo, con la teoría de la anomia, Durkheim parece haber desplazado el filo de este tipo de análisis. La tarea de poner al descubierto el sistema de valores del capitalismo industrial podía dejarse de lado, parecía decir Durkheim; el científico social que reconociera que los miembros de las sociedades modernas sufrían anomia reconocería también que la prob socialización. Este mal funcionamiento subjetivo no implicaba necesariamente que algo anduviera mal en las condiciones objetivas de la sociedad.