¿Y qué pasa con todas esas francesas embarazadas que beben (mientras, aparentemente, también se deshacen del peso del bebé con facilidad y crían bébés perfectos)? Resulta que, en realidad, no lo son. Un estudio realizado en Europa en el que se encuestó a mujeres embarazadas y madres recientes durante dos meses mostró que sólo el 11,5 por ciento de las mujeres declaró haber consumido alcohol una vez que supo que estaba embarazada. De estas mujeres, la mayoría (el 72 por ciento) tomó una sola copa de vino de cinco onzas o menos durante todo el embarazo.
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Ahora tenemos nuevos datos en Estados Unidos que nos dicen que las tasas de trastornos del espectro alcohólico fetal (TEA) son más altas de lo que sabíamos. En 2018, se publicó un artículo sobre el F.A.S.D. en la revista médica JAMA. Investigadores capacitados para identificar las características físicas distintivas del F.A.S.D. evaluaron a más de 3.000 niños en cuatro comunidades de Estados Unidos.
Los hallazgos fueron asombrosos. La forma en que estamos consumiendo alcohol en el embarazo está dando lugar a una estimación conservadora del 1,1 al 5 por ciento de niños -hasta 1 de cada 20- con F.A.S.D. Según el Colegio Americano de Obstetras y Ginecólogos, los trastornos del espectro alcohólico fetal son más frecuentes que el autismo.
Y, sin embargo, al menos el 10 por ciento de las mujeres embarazadas siguen bebiendo durante el embarazo.
La mejor analogía del riesgo asociado al consumo de alcohol en el embarazo es conducir con el recién nacido sin abrochar en el asiento trasero. Puede que tengas un accidente de coche y puede que no. Y si lo tienes, puede que sea un accidente sin importancia o puede que sea catastrófico.
La conducción tampoco es el único factor en juego, del mismo modo que las diferencias en la química del cuerpo pueden influir en quién desarrolla F.A.S.D. También está la capacidad de tu recién nacido para soportar un impacto, el clima, el número de coches y el estado de ánimo de los demás conductores en la carretera.