La fiebre es una respuesta fisiológica compleja desencadenada por estímulos infecciosos o asépticos. Las elevaciones de la temperatura corporal se producen cuando las concentraciones de prostaglandina E(2) (PGE(2)) aumentan dentro de ciertas áreas del cerebro. Estas elevaciones alteran el ritmo de disparo de las neuronas que controlan la termorregulación en el hipotálamo. Aunque la fiebre favorece la respuesta inmunitaria inespecífica a los microorganismos invasores, también se considera una fuente de malestar y suele suprimirse con medicamentos antipiréticos. Los antipiréticos, como la aspirina, se han utilizado ampliamente desde finales del siglo XIX, pero los mecanismos por los que alivian la fiebre sólo se han caracterizado en las últimas décadas. Ahora está claro que la mayoría de los antipiréticos actúan inhibiendo la enzima ciclooxigenasa y reduciendo los niveles de PGE(2) dentro del hipotálamo. Recientemente se han sugerido otros mecanismos de acción de los fármacos antipiréticos, como su capacidad para reducir los mediadores proinflamatorios, potenciar las señales antiinflamatorias en los lugares de la lesión o potenciar los mensajes antipiréticos dentro del cerebro. Aunque las complejas acciones biológicas de los agentes antipiréticos se comprenden mejor, las indicaciones para su uso clínico están menos claras. Puede que no estén indicados para todas las afecciones febriles porque algunos contribuyen paradójicamente al malestar del paciente, interfieren con la evaluación precisa de los pacientes que reciben antimicrobianos o predisponen a los pacientes a los efectos adversos de otros medicamentos. El desarrollo de agentes antifebriles más selectivos y su uso prudente con atención a las posibles consecuencias adversas son importantes para la calidad futura de la medicina clínica.
Antipiréticos: mecanismos de acción y uso clínico en la supresión de la fiebre
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