La consanguinidad, el acto de casarse con un pariente biológico, ha sido un pilar de las familias reales desde que existen las dinastías. Sobre el papel, la idea tiene mucho sentido: casarse con un pariente, mantener la línea de sangre totalmente pura produciendo hijos de matrimonios consanguíneos, y si surge una disputa dentro de la familia, hacer que las partes en conflicto se casen. ¿Qué podría salir mal?
En realidad, mucho. Como sabemos ahora, con la ciencia moderna de la genética y la retrospectiva de tantos desastres reales, la endogamia provoca enfermedades y deformidades, algunas de las cuales fueron tan graves que pusieron de rodillas a dinastías enteras. De hecho, algunos historiadores han llegado a sugerir que la endogamia de la realeza europea fue uno de los factores principales de la Primera Guerra Mundial. Menos mal que entonces se acabó.
Considerando que los niños de las familias reales solían tener tasas de mortalidad mucho más altas que la población general, se puede concluir que ser de la realeza no siempre fue todo lo que se esperaba. Esta lista te dará algunas buenas razones para agradecer que no eres un rey o una reina.